“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”
Efesios 6:10-11
¡Tenemos una gran verdad a nuestro alcance! Jesús derrotó al enemigo; cuando podemos vivir en esta verdad, no podemos dejar de alabar a Dios por Su victoria en la cruz. No tiene más poder el enemigo que el que con nuestra propia voluntad podamos darle. Jesús lo derrotó de una vez y para siempre. Hemos sido llamados a vivir en victoria. Podemos vivir fuera “del lazo del diablo” y nunca más cautivos “a la voluntad de él”. (2ª Timoteo 2:26)
Cuando aprendemos esto, nuestra vida cambia. Sabemos quién es nuestro Dios y sabemos quién es nuestro enemigo. Debemos entender más sobre las armas que Dios nos ha dado para pelear en su contra, para resistirle y derrotarlo. Nuestras más grandes armas son: la Palabra de Dios, la oración, la alabanza y la adoración. La Palabra dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Una de las formas en que nos sometemos a Dios es cuando le adoramos. Una de las formas en que resistimos al enemigo es proclamando alabanza al Señor. Dios nos bendice con Su presencia cuando le adoramos y en Su presencia estamos protegidos y seguros: “En lo secreto de tu presencia los esconderás de la conspiración del hombre”. (Salmo 31:20)
Tenemos un enemigo, y cuanto antes lo reconozcamos, tanto mejor será para nosotros. El diablo es real; Jesús habló de él, se enfrentó con él, le dejó pensar que podía ganar y luego lo derrotó por nosotros. La guerra está ganada por Jesús.
El enemigo viene a devorar nuestras vidas, a atacarnos en nuestras esferas más vulnerables y a hacer que sintamos que nuestras circunstancias nos pueden vencer, pero Dios dice: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo”. (1ª Pedro 5:8-9).
El diablo detesta ver que adoremos al Señor, esto le repugna y lo hace sentir muy miserable, lo confunde y lo debilita, le recuerda que solía ser quien lideraba la adoración a Dios en el cielo, y luego lo echó todo a perder. Es por eso que hará lo que sea para distraer nuestra atención de la adoración y la alabanza a Dios.
Uno de los mejores ejemplos del poder de la alabanza a Dios, cuando el enemigo viene contra nosotros, es la ocasión en que el rey Josafat vio que había una enorme multitud de soldados enemigos reunidos en su contra. Tuvo miedo, pero buscó a Dios y llamó a su pueblo a hacer ayuno, y le dijo a Dios “¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no haya quien te resista?”. (2ª Crónicas 20:6)
Josafat reconoció su vulnerabilidad y dependencia del Señor diciendo: “Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos”. (2ª Crónicas 20:12)
¡Nuestros ojos están vueltos hacia ti, Señor!
Y el Señor le habló a Josafat dándole una de las mayores promesas de la Biblia “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios… No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros… no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros”. (2ª Crónicas 20:15-18). Entonces ellos se postraron delante de Dios y le adoraron.
¡La batalla no es nuestra… es del Señor!
¡Qué historia tan llena de esperanza y promesas!. Esta podría ser la historia de nuestras vidas. Nos enseña mucho sobre cómo enfrentar nuestras batallas, que Dios es por mucho, muy superior a cualquier problema, además de asegurarnos victoria tras victoria en el precioso nombre de Jesús.
Pelear en el frente.
Los que han adorado a Dios siempre han estado en las filas del frente, esto es porque por medio de la adoración ponemos a Dios primero en nuestra vida.
Josafat conocía la importancia de la adoración, así que estratégicamente posicionó a los adoradores al frente de su ejército. “Puso a algunos que cantasen y alabasen al Señor, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: Glorificad al Señor, porque su misericordia es para siempre” . (2ª Crónicas 20:21)
¡Los adoradores iban delante del ejército! No lo hizo para que murieran los que cantaban mientras los soldados se escondían detrás de ellos. No lo hizo porque intentara engañar al enemigo para que pensaran que se enfrentaban a un grupo de músicos sin entrenamiento militar, lo suficientemente ingenuos como para creer que con serenatas matarían al enemigo.
La razón por la que puso a los que cantaban alabanzas al frente fue porque su adoración exaltaba a Dios por sobre lo demás. Y nada podía prevalecer en contra del Dios vivo. El resultado fue, que cuando enfrentaron al enemigo con alabanza y adoración, esto los confundió de tal modo que los soldados enemigos se mataron entre sí.
Pelear para ganar la guerra.
No estamos en una batalla nada más, estamos en una guerra, una guerra espiritual. Cada batalla es un pasó más en la guerra. Muchas veces cuando ganamos una victoria creemos haber ganado la guerra, y entonces guardamos las armas y ya no nos preparamos para pelear, nos quitamos la armadura y nos relajamos; Pero la guerra sólo terminará cuando Jesús regrese, por eso es que debemos fortalecernos continuamente con la Palabra de Dios, la oración, la alabanza y aprender a estar siempre a la ofensiva.
Dios quiere que destruyamos al mal, no sólo que intentemos escapar de este. No quiere que sólo intentemos defendernos para sobrevivir; quiere que sean aplastadas nuestras circunstancias difíciles, quiere que digamos como Samuel: “Perseguiré a mis enemigos y los destruiré, y no volveré hasta acabarlos. Los consumiré y los heriré, de modo que no se levanten; caerán debajo de mis pies. Pues me ceñiste de fuerza para la pelea; has humillado a mis enemigos debajo de mí”. (2ª Samuel 22:38-40)
Adorar a Dios lo pone como lo primero en nuestra vida, lo exalta por sobre todas las cosas, nos recuerda quién es y quiénes somos nosotros en relación a Él, nos prepara para la batalla, nos ayuda a concentrarnos en lo invisible en lugar de lo que podamos ver (2ª Corintios 4:18), muestra nuestro amor hacia Dios, libera el poder de su amor hacia nosotros, quita todo aquello que se nos opone, nos hace “más que vencedores” (Romanos 8:37).
No importa qué nos esté sucediendo o qué suceda a nuestro alrededor, no importa cuán vulnerables podamos sentirnos, podemos volvernos inconmovibles ante los ataques porque cuando adoramos a Dios, en nuestro interior se levanta una fuerza que nos infunde aliento en contra de la cual nada puede prevalecer. ¡Nuestras armas se convierten en un peligro para el enemigo! Levantémonos, Dios está con nosotros.
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