AllaNad

Preparando el camino.

NAVIDAD: MOTIVO DE CELEBRACIÓN.

“He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”. Mateo 1:23

Navidad es tiempo de alegría y celebración. ¿Qué es lo que celebramos? Celebramos que Dios está con nosotros y ese hecho nos da gozo, cambia las tinieblas en que vivíamos, en luz, y nuestra angustia, en esperanza. Porque nos ha nacido un Salvador que es Cristo Jesús. Es por eso que debemos ¡alegrarnos y gozarnos!
¡La noche fue sorprendente! Aquellos humildes pastores no podían suponer siquiera lo que pasaría. De repente, frente a sus ojos un coro de seres celestiales y resplandecientes cantaban alabanzas al Señor del cielo y anunciaban paz en la tierra. Escucharon luego, con sus propios oídos, las buenas nuevas del nacimiento del Salvador que tan ansiosamente habían esperado. Estaban en medio de un sueño que finalmente resultó ser la más grande verdad que el universo ha conocido: Él, Jesús, nació para venir a salvarnos.

Jesús la verdadera razón

La navidad es mucho más que simples regalos o que una buena cena con la familia. Esto es bueno, pero la verdadera navidad es recordar que Jesús nació y eso es nuestro mejor regalo por que debido a su nacimiento tenemos el grandioso regalo de la vida eterna.
Con el tiempo, el mundo ha cambiado cada vez mas el verdadero significado de esta celebración, el verdadero motivo es Jesús. Lo mejor sería preguntarnos: ¿Qué es lo que le regalaré a Jesús en esta navidad?. Podría ser un compromiso mayor hacia Él, nuestra obediencia, amarle más, vivir una vida agradable a Él. Y esto no debe ser sólo en navidad, es en todo tiempo. Mucha gente en el mundo se ha olvidado de Jesús, se enfocan en las fiestas haciendo cosas completamente distintas a lo que es la verdadera celebración, dicho en otras palabras se olvidan a quien debemos festejar.

Un nacimiento milagroso

La navidad es la historia de un nacimiento milagroso. ¡No era posible que una mujer virgen concibiera un bebé! Tampoco lo era que un joven justo como José recibiera el anuncio de que el hijo de María, su desposada, era el Mesías prometido. Una cadena de eventos extraordinarios sucedieron. Un ángel que aparece para decirle a la escogida que el fruto de su vientre será el Salvador del mundo, un sueño revelador que ayuda a tomar las decisiones correctas, un coro que anunciaba la llegada de Jesús, una estrella suficientemente clara y resplandeciente para guiar al lugar exacto, aún desde lejanas tierras. Todo este relato maravilloso, lleno de misterio, es lo que debe estar en el centro de nuestro corazón en estos días especiales.
El pesebre de Belén es fin y comienzo a la vez. Es el fin de una larga espera, de la angustia que produce una súplica no contestada como prolongación del sufrimiento, de siglos de anuncio, de descripciones de lo que vendría, de expectativa por la acción redentora de un Soberano a favor de su pueblo humillado y oprimido, finalmente, el comienzo del año agradable del Señor. El Niño Santo traía consigo esperanza eterna y salvación. El Dios Creador y Todopoderoso se hacía carne para librarnos y para inaugurar un nuevo estado de la historia de la humanidad. Ya no estaríamos más lejos, ya no estaríamos a merced de los que nos oprimen ¡Tiempo de liberación!
Es verdad que podemos aprovechar las fechas especiales para pasar más tiempo con la familia, para entonar cantos especiales que nos llenan de nostalgia y sentido de recogimiento, o para comer platillos sabrosos y especiales. Sin embargo, es una necesidad, cada vez más urgente, que tengamos en mente las palabras del apóstol Pablo al referirse a Jesús: “…el cual, siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:6-8
El recién nacido nos habla de un Dios infinito que se empequeñece, un Señor Todopoderoso que se limita, un Rey que se humilla. Se despojó, abandonó la comodidad y la posición, en el cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre. Al olvidarlo pudiéramos hacer que nuestras celebraciones contradigan el significado de lo que Jesús nos trajo.
La visión de aquel humilde pesebre, engalanado por la luz cristalina de la estrella, nos remite a la más sublime y clara revelación de Dios: Su Hijo Jesucristo. Con Él, el Padre estaba interviniendo en la historia, dándole un giro a los hechos de tal forma que el cielo y la tierra tenían motivo para regocijarse.


Conclusión

Navidad es, entonces, tiempo de alegría y celebración. Pero, ¿Qué es lo que celebramos? Ciertamente lo que celebramos es que Dios está con nosotros, habita entre nosotros, y ese hecho portentoso cambia nuestras tinieblas en luz y nuestra angustia en esperanza. ¡Gocémonos y alegrémonos por la dulce realidad de Su presencia!

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